
Sencillamente, salió de allí. Dejó a la ciudad tras de sí, con su peso muerto encima de la barra del bar; en los adoquines del pavimento; en los plásticos; en las luces artificiales de aquel monstruo que no descansaba nunca, imperando sobre todo y sobre todos: sin espacio, sin aire.
Harto de las monsergas. Sobre quién tiene razón. De verdades avispadas sobre la vida. Sobre cómo vivirla. De si tú tienes…, o el otro…
Ya en la lejanía, cuando la ciudad apenas se dejaba ver, sino fuera por el chisporroteo incesante de las miles de luces que luchaban por escapar de su trazabilidad. Los pasos de uno, se oían al compás de su aparente soledad. Teniendo la sensación de ir por un paseo virgen; un trazo todavía no diseñado, porque pensó que, a nadie se le ocurrió lo mismo aquella noche. Le pareció genial, sin ambages, sin otras colas añadidas, sin otra interpretación que no fuera aquella. Quizás, con la diferencia, de que a él no se le pasó por la cabeza tener que convencer a nadie, ni de aquello, ni de nada. Ese momento le pareció…, a las aguas de un río, que lejos de luchar por un sitio, disfrutaba de él, dejándose llevar, sin realidad —qué es subjetiva—. Quizás, solo quizás, una interpretación, una sensación, un sueño de otro sueño que se parece a la libertad…